[Suena la canción ‘Kiss The Rain’ de Yiruma de fondo mientras escribo este Chupito de Luz.]
Llevo ya un par de días hablándote de un trabajo que empecé amando, pero terminé odiando.
De un trabajó que acepté llena de ilusión. Y del que me despedí llena de inseguridades que otra persona había sembrado en mí. Llena de nervios que, sin darme cuenta, había terminado normalizando. Llena de enfado y tristeza, a partes iguales.
Enfado. Porque me había dado cuenta de que no me habían respetado ni valorado, cuando yo lo había dado todo de mí.
Tristeza. Porque me había dado cuenta de que la primera que había permitido que no lo hicieran, era yo. Yo había permitido que me chillaran, me miraran con desprecio y me trataran con desdén.
Con el paso del tiempo, sigo intentando entender a esa Sara que quería buscar otro trabajo pero que no terminaba de dar el paso. A esa Sara que se sentía atrapada en una cárcel que ella misma había permitido que construyeran a su alrededor.
Y ahí estaba… Ahí estaba esa Sara que se moría de miedo solo de imaginarse a sí misma sentada, enfrente de su jefe, cara a cara, diciéndole que se iba.
¿Cómo reaccionaría…? ¿Qué iba a pasar…?
Es paradójico que una parte de mí quisiera salir corriendo. Y otra, parecía que prefería quedarse como estaba, aunque no estuviese bien.
Prefería lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Y qué grandísimo error. Desde ya te pido, por favor, que no caigas en esta trampa.
Recuerdo ese día como si fuera ayer. Era domingo y, al día siguiente, le iba a decir a mi jefe que me iba de la empresa. Que volvía a la agencia en la que había trabajado antes.
En serio, cada vez que lo pensaba, me empezaba a latir tan rápido el corazón que parecía que se me fuera a salir por la boca. Lo pasé realmente mal. Tenía muchísimo miedo de su reacción.
Mis padres, mis hermanos y yo estábamos volviendo a casa, después de pasar el fin de semana con mis abuelos y mis tías, en Sabadell.
“Voy a estar extremadamente nerviosa cuando lo tenga delante y no voy a saber qué decirle”. De hecho, solo de revivir ese momento… Te prometo que me suben las pulsaciones.
“Necesito escribir qué le voy a decir y aprendérmelo de memoria. Mañana lo suelto todo de carrerilla y ya está”. Como a mí tanto me gusta recordarme: ante problemas, soluciones.
Y así fue como, durante casi una hora de trayecto, mis padres me ayudaron a preparar mi discurso.
Al día siguiente, mi intención era hablar con mi jefe a primera hora de la mañana. Quería y necesitaba quitarme ese marrón de encima cuanto antes.
No te imaginas la tortura que viví ese día, porque al final no apareció por la tienda hasta las 20.00, justo antes de cerrar.
Vuelven a mí esas imágenes… Ese momento… Cuando lo vi entrar por la puerta... Me siguen subiendo las pulsaciones.
Nos sentamos, escupí mi discurso, que me aprendí al dedillo y que no paré de repetirme durante todo el día para comprobar que no se me había olvidado; y cuando terminé de hablar, él se limitó a mirarme a los ojos con toda la dureza que le fue posible transmitir con su mirada.
Se levantó… Y se fue.
Yo me quedé ahí un rato, sentada, mirando a la nada.
Me había imaginado mil y unas reacciones por su parte, pero esa sí que no me la esperaba.
Nunca había sentido tanto miedo y tanta liberación a la vez.
Desde entonces no he vuelto a hablar con él.
Ahora sé que me daba miedo decirle que me iba… Pero todavía me daba más miedo quedarme en un trabajo donde no me respetaban.
No sabía qué iba a pasar después. Pero sí sabía qué iba a pasar si me quedaba. Y eso, en un 100 % de posibilidades, me haría cada vez más infeliz.
Para mí, esta es una de las claves del miedo a la incertidumbre.
Gracias, miedo, porque habérmelo enseñado.
Feliz viernes.
~ 18 días para Nochebuena.